otra novela


   Me concentré, tenía que terminar esa historia. Este hombre tenía que ser el mejor de mis personajes; entonces puse manos a la obra. El hombre todavía no tenía nombre, pero no importaba demasiado; lo importante era mostrar su arrogancia, pero mostrar su humildad. Todos tenemos un costado que asoma deseoso de devorarse al mundo, pero tenemos otro que se esconde al ver luz, pavoroso de enfrentarse a la realidad. Mi historia empalagaba, era la clásica historia de amor con mil obstáculos insignificantes: familias en disputa, terceros en discordia. Lo importante era que, al final, el amor triunfaba. Al hombre lo había apodado Joaquín, temporalmente, porque creía que no coincidía con lo que quería mostrar. 

"Al momento, lo supo. El amor de su vida  no le había sido infiel, sólo había sido una trampa. Tenía que correr, el vuelo partía en menos de una hora. Se subió al auto, pero como suele suceder, no tenía gasolina. Corrió hasta perder la cuenta de cuánto había corrido. Encontro un taxi, lo guió hasta el aeropuerto, pero..."

   Me habría gustado seguir con mi historia, pero tuve que salir. Uno no vive del amor al arte, tenía que ir a trabajar. La tarde lluviosa no me incitaba, pero con paraguas en mano, se hizo menos complicado.  Trabajar en atención al cliente es divertido, a la gente le fascina quejarse. Cuando salí, la lluvia habia cesado. Festejaba en mis adentros, en mi camino a tomar el ómnibus; hasta que lo vi. Era él. Era un simple hombre, pero se notaba desde kilómetros que era él. Recostado sobre un cartel, hablaba por celular, pero la actitud le salía por los poros. Hablaba mezclando palabras del inglés con español, se reía sobradamente. No presté atención a sus palabras, hasta que la frase "anotate mi nombre por ahí, Joaquín Igarzábal" salió de su boca. Me paralicé. Cuando cortó el teléfono, vi su cara. Una mueca de vergüenza atravesaba su cara, inseguro por sus palabras al teléfono. No podía creer estar viendo al personaje de mi novela. Me acerqué, toqué su hombro, abrí la boca. Apenas se escuchó mi voz, cuando todo se ennegreció. 


Simplemente éramos personajes de otra novela, 
de un libro que acababa de cerrarse. Los dos.