linda pena


— Es una pena, la verdad que es una pena.
   Perdí la cuenta de la cantidad de veces que dije eso. Pero no encontraba consuelo, no tenía con qué tranquilizarla. De vez en cuando, se calmaba. Respiraba hondo, hilaba un par de palabras. Pero, sin haber pasado cinco minutos, se largaba a llorar. Hasta que, finalmente, cesó. Me miró, esperando una explicación. Siempre fui su cable a tierra, siempre supe encontrar las palabras para que se sintiera bien. ¿por qué ahora no podía? Porque esto me excedía. Sencillamente, excedía cualquier cosa que pudiera hacer.
   No conozco dos personas que se amen más. El mero hecho de que sus manos se sostengan mutuamente es señal suficiente para creer en el amor. Ese par de manos sobrevivió once veranos, casi doce. A cada pelea le correspondía una noche de reconciliación. Hace cuatro años, después de mucho dudarlo, llegó el concubinato. El apartamento estaba lleno de dudas, pero con amor las fueron limpiando. ¿Qué más podían hacer, además de ser felices para siempre? 
   Chocarse con la realidad. 
— ¿Dos mujeres casándose? — El hombre del Registro Civil estuvo aproximadamente quince minutos riéndose. A veces se calmaba, pero al recordar lo que, al menos en su opinión, era hilarante, retomaba la carcajada. — ¿A quién se le ocurre ver a dos mujeres casándose?— Ese fue el día en el que, por primera vez en once años, lloró. 
   Se acercaron al aspirante a cura del pueblo. Le suplicaron algún tipo de ceremonia que sellara su unión. Ni siquiera tenía que ser real, podían inventar algo especialmente hecho para ellas. Sólo querían llevar su relación al siguiente nivel. El cura se mostró neutral. Se notaba que entendía la situación de aquellas muchachas que vio crecer, pero no podía comprometerse a manifestar una opinión en contra de su Iglesia. 
— Es una pena, sinceramente; no sé que decirte. — Debería quedarme callada. Se notaba a kilómetros que no sabía qué decirle. Hasta que ella empezó a hablar. 
— ¿Sabés qué me molesta? A mí no me importa casarme por Civil. Yo no quiero un casamiento, quiero un matrimonio. Y eso es algo que se consigue con un poco más que un papel con dos firmas. Me molesta tener que elegir. Tener que elegir entre la persona que amo o la religión que profeso; sólo porque un templo que se pasó millones de años hablando de amor e igualdad no puede tolerar que encuentre a la persona de mi vida en una mujer. Eso es lo que me molesta.
   Y por fin lo hice. Por fin me quedé callada.