rompiendo relojes




   Me dedicaba a romper relojes, deseando que el tiempo se detuviera. Me dedicaba a ahogar palabras, deseando no oírlas. No tenía nada que perder, pero tampoco tenía nada que ganar. ¿Qué más daba si pasaba un día más? No entendía en qué podía cambiar. Nunca creí en esos discursos, los que te alientan a seguir, los que te prometen que mañana todo puede mejorar. Me parecen bastante rígidos. Las personas son mucho más suaves que esos discursos; mucho más blandas, mucho más dulces. No creo en un transcurso lineal de la vida. Creo que el tiempo va saltando, va girando; creo en el tiempo como reflejo de las emociones. No sé declararme feliz; creo que la felicidad es imperceptible. Pero en determinados momentos, caigo. En momentos de estado neutro, suelo recordar los momentos de felicidad. Cuando quería que el tiempo no avanzara. Cuando buscaba excusas para prolongar el momento, cuando deseaba quedarme para siempre. Hasta que pude verme en el único espejo que supo venderme la realidad. ¿Qué hacer cuando dar todo no es suficiente? ¿Qué hacer cuando una conducta inmanchable no alcanza? Cuando, jugando a ganar, perdés. Es insólito que, dándole tanta importancia, el mundo siga girando. Porque no frena, porque es inmenso, porque dar todo no es sinónimo de ganar.