me ahogo


   Era una muñeca. Me despertaba cuando él decidía que abriera los ojos. Me movía cuando me dejaba hacerlo. Mi absoluta existencia se debía al antojo de aquel que se hacía llamar mi creador. Él me había inventado. Me había dejado en blanco para pintarme con sus propios colores. Desde la primera vez que nos cruzamos los ojos, él lo sabía; iba a intentar cambiar todo aquello que no le gustara de mí, en vez de intentar aceptarlo. Con sutileza, con encanto, fue trastocando el fondo de mi personalidad. Me convirtió en el prototipo de la mujer de su vida. Pero era un prototipo dañado, porque no era real. Yo no era así, ¿por qué seguía ese camino? Había aprendido a quedarme quieta, esperando instrucciones. Era una muñeca, necesitaba un manual. Pero se fue. La falta de amor se hacía cada vez más grande. Su ausencia fue paulatina, no la supe ver. Cada signo vital que mostraba era aplastado; nada podía salir de su plan. Cada manifestación de autonomía era un portazo a su ego. 

   Y me desperté. No de un sueño, de la vida. Mi vida. Era mía, es mía.