Somos los baches y somos las curvas.
Somos el destino y somos el camino.
Somos la silenciosa luz y la ruidosa oscuridad.
Somos un viaje cargado de metas y amaneceres.
Quizás somos dos en uno. Somos quien hace y somos quien mira. Avanzamos, paso a paso, observándonos a nosotros mismos para saber cómo continuar. Damos la vuelta al mundo con los ojos cerrados y, al abrirlos, hacemos camino pisando fuerte.
Pasan personas, amores y dolores, y vos seguís ahí, inmóvil, oscuro. Esperás el gran salto, sin darte cuenta de que resurgir es algo minúsculo y espontáneo. Está en las cotidianidades intangibles, está en mirar fijo al sol y aprender que cada día es diferente. Porque quizás no todos los caminos conducen a Roma, pero cada paso puede llevarte a la inmortalidad.